Más de 190 millones de personas en la región han resultado afectadas por algún desastre, entre los más de 1,500 ocurridos del 2000 a la fecha.
Del año 2000 a la fecha, los desastres han afectado a más de 190 millones de personas en América Latina y el Caribe, lo que supone que tres de cada diez de sus habitantes han debido afrontar un huracán, un terremoto, una sequía, un alud o la actividad de un volcán, entre otras de las calamidades más comunes en la región, que han sumado más de 1,500 en el período en cuestión, señaló un informe publicado por las Oficinas de la ONU para Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) y para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR).
En este momento, los huracanes de esta temporada han afectado varias partes del Caribe y El Niño podría tener un impacto asolador en comunidades vulnerables de Centro y Sudamérica. El informe destaca, que no todas las amenazas o fenómenos naturales resultan en desastres y que la exposición y la vulnerabilidad juegan un papel importante. La jefa regional de OCHA para América Latina y el Caribe, Shelley Cheatham, indicó que en la región, “los eventos climáticos y sísmicos extremos están ocurriendo en lugares donde la pobreza, la desigualdad, la inseguridad alimentaria, el desplazamiento y la violencia son parte de la vida diaria de millones de personas”.
Las dependencias de la ONU identifican también como factores de riesgo destacables la densidad de población y el crecimiento urbano impredecible, así como el cambio climático, los desplazamientos y la migración, la degradación ambiental y la explotación de los recursos naturales. Algunos desastres relacionados con el clima, como las sequías y las tormentas, son especialmente preocupantes por su naturaleza cíclica y el aumento en su frecuencia e intensidad.
Según el Banco Mundial, es probable que para el 2050, los efectos del cambio climático provoquen el desplazamiento de más de 17 millones de personas en busca de mejores condiciones de vida, oportunidades económicas y servicios básicos. Todas estas vulnerabilidades afectan la capacidad de preparación y respuesta, lo que puede hacer que eventos menos peligrosos sean igual de destructivos que los de gran magnitud y escala.
En este sentido, el informe plantea que si bien las amenazas de origen natural no siempre puedan prevenirse, es posible un futuro en el que no todas las amenazas se conviertan en desastres si se implementan medidas adecuadas como las alertas tempranas. Sin embargo, estos sistemas sólo son posibles cuando se realizan inversiones públicas y privadas que ataquen los problemas de riesgo desde la raíz y que generen una colaboración entre los distintos sectores económicos, políticos y sociales.
El jefe regional de la UNDRR recalcó que la pandemia de COVID-19 y el cambio climático han dejado claro hasta qué punto las amenazas y riesgos están interconectados. “Seguir analizando y gestionando los impactos de los desastres de forma individual limita una visión más amplia hacia estas conexiones y deja que ciertas vulnerabilidades pasen desatendidas”, afirmó Nahuel Arenas.
“No podemos permitir un futuro en el que cada amenaza se convierta en un desastre. Ahora es el momento de reducir los riesgos y crear un mundo más seguro”, declaró.