Hoy le traemos una de las más tradicionales leyendas de Durango: el confesionario que movió el diablo.
Esta historia dicen que sucedió en el año 1738 en la colonial ciudad de Durango, capital de la provincia de nueva Vizcaya que fue la primera provincia en ser explorada y fundada en el Norte de México durante el Virreinato de la Nueva España. Ocupó el área actual de los estados mexicanos de Durango, Chihuahua y parte del estado de Coahuila.
En ese tiempo la ciudad se estremeció con la noticia de que en la Santa Iglesia Catedral, había ocurrido algo asombroso y terrorífico que atemorizó a toda la población y puso en alerta a las autoridades civiles y religiosas. Al parecer Juan Pérez de Toledo y Mendoza había hecho un pacto con el mismísimo diablo y, arrepentido posteriormente y tratando de anular el trato, había muerto dentro de la misma catedral.
Juan Pérez de Toledo y Mendoza era un hombre dominado por el vicio y la ambición. Había sido rico de nacimiento pero dilapidó su fortuna en fiestas, alcohol, mujeres y en el juego, lo que lo llevó a la ruina. Al verse en la pobreza y sin poder abandonar sus vicios, primero pidió préstamos a todo aquel que pudo, debiéndoles a todos los prestamistas de la ciudad y luego, cayendo aún más en la oscuridad de su alma, comenzó a robar y asesinar a inocentes para mantener su forma de vida.
Llegó un momento que todo el mundo lo perseguía: la justicia, maridos celosos, prestamistas, familiares de sus víctimas y aquellos a los que les debía dinero por el juego y ya no tenían de donde resarcirse. Fue entonces que sumido en la desesperación y la angustia, sin nadie más ya a quien poder recurrir, le propuso un pacto al diablo.
Como loco y ya sin esperanzas, fue hacia un cruce de caminos y cuando la campana mayor de la catedral marcaba las doce de la noche, Juan Pérez de Toledo y Mendoza invocó al maligno que, esperando siempre a este tipo de personas, se le apareció al instante. Pérez de Toledo empeñó su vida con tal de recibir poderes sobrenaturales para obtener dinero, alcohol y mujeres en abundancia.
Fue así como su persona cobró nuevamente impulso y volvió con más fuerza que nunca a vivir la vida desenfrenada que ya tenía. Entre fiestas, mujeres, alcohol y juegos de azar se le fue pasando el tiempo hasta que envejeció y ya no podía con su persona, debido a su vida disipada. Presintiendo ya el fin de sus días y sabiendo lo que le esperaba al traspasar el umbral de la muerte, Juan Pérez de Toledo y Mendoza quiso nuevamente escapar de su destino tratando de romper el compromiso contraído con el diablo y tener una chance de evitar ir al infierno. Así que entró a la catedral y le pidió al sacerdote que le tomara su confesión. Cuando el eclesiástico entró al confesionario y el hombre, con una tenue sonrisa de triunfo en sus labios se arrodilló para confesarse, el pesado mueble con el cura dentro fue levantado bruscamente por los aires empujando a Juan Pérez entre la pared y el confesionario.
El sacerdote, que quedó aprisionado dentro del confesionario, empezó a gritar pidiendo a Dios perdón y misericordia. El sacristán y otras personas que había en el templo rescataron al sacerdote y sacaron al muerto, el cual estaba todo quemado y despedía un fuerte olor a azufre. La noticia se extendió con rapidez por toda la ciudad, lo que llenó de terror a los pobladores, que nunca más quisieron acercarse a ese confesionario…