Los síntomas de la infección inicial pueden durar varios meses esto podría deberse a las alteraciones que produce la enfermedad en la sangre.
Nueva evidencia sugiere que la huella duradera de COVID-19 podría deberse a que el virus produce alteraciones significativas en la sangre de las personas, las cuales aún son evidentes varios meses después de que se diagnostica la infección. En un nuevo estudio, un grupo de investigadores analizaron la sangre de los pacientes utilizando un sistema, llamado citometría de deformabilidad en tiempo real (RT-DC), que es capaz de analizar rápidamente cientos de células sanguíneas por segundo, detectando si exhiben cambios anormales en su tamaño y estructura.
En el estudio, los investigadores analizaron sangre de 55 personas: 17 pacientes con COVID-19 grave (la mitad de los cuales lamentablemente murió más tarde), 14 pacientes recuperados y 24 voluntarios sanos que no mostraban signos de haber tenido la enfermedad.
En total, más de 4 millones de glóbulos extraídos de estas personas se pasaron a través del sistema RT-DC y se analizaron microscópicamente a medida que fluían a través de un canal estrecho en el dispositivo.
Los resultados mostraron que los glóbulos rojos (eritrocitos) en los pacientes con COVID-19 variaban más en tamaño que los de personas sanas y mostraban signos de rigidez en su estructura física, exhibiendo menos deformabilidad, lo que podría afectar su capacidad para transportar oxígeno a través del cuerpo.
“El efecto podría persistir en los pacientes con COVID-19 mucho después de que la infección ya no esté activa, encontramos que en los pacientes recuperados las alteraciones del fenotipo no eran tan prominentes, pero aún estaban presentes”, dijeron los encargados del estudio.
Por el contrario, los investigadores descubrieron que una forma de glóbulos blancos (leucocitos) llamados linfocitos mostraba una disminución de la rigidez en los pacientes con COVID-19, mientras que otros glóbulos blancos, conocidos como monocitos, eran significativamente más grandes que en las células del grupo de control.
Mientras tanto, los neutrófilos, otro tipo de glóbulo blanco, mostraron numerosos cambios en los pacientes con COVID-19, observados en mayor volumen, con mayor deformación. Curiosamente, estos glóbulos blancos tienen una vida útil particularmente corta (de solo aproximadamente un día), pero los cambios en los neutrófilos en los pacientes con COVID-19 aún se pueden ver meses después de la infección, un resultado que los investigadores describen como “totalmente inesperado” y aún es más evidencia de un COVID prolongado. Es probable que la infección deje una influencia duradera en el sistema inmunológico.
“Si bien algunos de estos cambios se recuperaron a valores normales después de la hospitalización, otros persistieron durante meses después del alta hospitalaria, lo que demuestra la huella a largo plazo de COVID-19 en el cuerpo”, escriben los investigadores.
Queda por ver cómo estos cambios en las células sanguíneas pueden desencadenarse en última instancia por una infección viral y aún no se sabe por completo cómo las alteraciones celulares conducen a los síntomas del COVID-19 y, a veces, a la muerte.
“Las alteraciones persistentes de eritrocitos y neutrófilos podrían estar relacionadas con síntomas a largo plazo de los pacientes recuperados, de los cuales el 70 por ciento describió dolor de cabeza crónico o síntomas neurológicos, el 54 por ciento tenía trastornos de concentración y el 62 por ciento problemas circulatorios como sudor frío y taquicardia”, concluyeron los autores del estudio.