Si crees que el dolor que sientes hoy será infinito y que no hay un mañana de esperanza, no desesperes, porque todo pasará… Pero si te encuentras en las antípodas de este sentimiento y crees que esa felicidad o bonanza que disfrutas son algo sin fin, disfruta el momento y vívelo intensamente porque, inevitablemente, también pasará… Así es la vida, nada es para siempre, los momentos son fugaces, pequeñas pinceladas o matices de alegrías y tristezas que van haciendo la vida del hombre, por lo que la mayor sabiduría que uno puede atesorar es tener consciencia de la transitoriedad de las cosas y aceptarlas como tal…
Cuenta una historia que al rey de un lejano país le estaban fabricando un anillo de diamantes y quería guardar dentro de él un mensaje que pudiese ayudarlo en momentos de desesperación total y que ese legado se traspasase a sus hijos para siempre. “Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo”, dijo el rey.
Los sabios y eruditos del reino pensaron y buscaron una frase profunda y concreta, pero no podían encontrar nada.
El rey tenía un anciano y fiel sirviente que también había servido a su padre y lo trataba como si fuera de la familia. Sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó y éste le dijo: “no soy un sabio, un erudito o un académico, pero conozco el mensaje… Durante mi larga vida en palacio en una ocasión me encontré con un místico invitado de tu padre. Yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje que te escribo, pero no lo leas, mantenlo escondido en el anillo y ábrelo solo en un momento extremo de tu vida”…
Ese momento no tardó en llegar, el país fue invadido y el rey perdió el reino. Huyendo para salvar su vida estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Entonces llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin y no podía volver porque el enemigo le cerraba el paso. Ya podía escuchar el galope de los caballos cuando, de repente, se acordó del anillo, lo abrió, sacó el papel y leyó el mensaje que decía: “Esto también pasará”.
Al instante sintió que se cernía sobre él un gran silencio, los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque o equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar a los caballos. El rey se sintió profundamente agradecido…
Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración y él se sentía muy orgulloso de sí mismo.
El anciano estaba a su lado en el desfile triunfal y le dijo: “este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje”. “¿Qué quieres decir?” preguntó el rey. “Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida”.
“Escucha”, dijo el anciano, “este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas, también lo es para situaciones placenteras. No es sólo para la derrota, sino también para la victoria. No es solo para cuando estés ultimo, sino también para cuando estés primero”…
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará” y nuevamente sintió la paz y el silencio que la vez anterior. Entonces el orgullo y el ego fueron desapareciendo, hasta que el rey pudo terminar de comprender el mensaje. En aquel preciso momento el anciano le dijo: “Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa, ni ninguna emoción, son permanentes”…
Muchas veces el dolor intenso o la felicidad extrema nos hacen olvidar de una máxima universal que es implacable e inapelable: las cosas no son para siempre e, inevitablemente a pesar de nosotros, todo pasará…